Cómo expreso mi enojo

¡Que difícil veo la vida si me enojo!

¿Cuántas veces debo transitar las mismas situaciones para que yo aprenda? Si por mi fuera, yo viviría en una nube blanca rodeada de agua cristalina y prismas de color rosa. Pero no, la vida no es así.

Me refiero a ese enojo que no para de sofocarme el pecho, ni de disolver la nube de mi cerebro.
Cuando me enojo mi organismo libera distintas sustancias químicas (algunas hormonas) que circulan en mi sangre elevando su nivel al máximo y esto hace que mi pulso se acelere, el corazón quiera salir por mi garganta y se anule la parte racional de mi cerebro.

Por eso, sé que debo esperar a que estos niveles emocionales disminuyan, pues como dice el refrán: “No te cases enamorado ni te divorcies enojado”. Pero no es fácil, a veces parece que dura una eternidad recuperar la calma, al menos la necesaria para empezar a pensar y recobrar la cordura. 

Para lograrlo respiro, a veces cierro los ojos, me detengo y me pongo en pausa. Necesito tiempo.
Cuesta un poco al principio, pero se logra con la práctica.

Luego recuerdo que la causa de mi enojo está en mí. En realidad, está en la manera en la que he pensado y reaccionado después de lo que yo creo que me enojó.

Es difícil descubrir esto, sin embargo, es un gran paso, porque mi objetivo es estar en condiciones de poder expresar mi enojo. Aprendí a comprender que la causa no era ella, ni él, ni la situación, ni el gobierno, ni el clima. No hay culpables. Hay un solo responsable, y ese soy yo.

El tema se pone peor si viene un pensamiento del tipo: “¿Otra vez lo mismo?” Entonces la curva emocional vuelve para arriba. Y así sucesivamente sigue todo si no logro darme cuenta de lo que estoy pensando. Sí señora o señor, chica o chico, la cosa empieza cuando pienso y no cuando los demás “me hacen algo”. 

Casi siempre por no decir siempre, confundo las dos cosas. Entonces culpo al otro o a la otra, y los enjuicio porque “no deberían” haber hecho eso. Y lo que pienso depende de mi experiencia pasada, de lo que he vivido antes. No eres tú, soy yo.

Bueno, supongamos que me di cuenta cuál pensamiento tuve justo después que “la cosa” ocurrió. Y entonces, ¿Por qué me enojo? ¿Qué necesito que no tengo?

La pregunta sobre lo que necesito y no tengo es clave, porque con ella accedo al banco de mis necesidades, y en especial, a aquella que no he logrado satisfacer ahora, con “esto que sucedió”. Y entonces me doy cuenta que ya no es lo mismo, mi cuerpo ha bajado las señales del enojo casi al mínimo. Ya no son ellos, ya puedo enfocarme en cambio en lo que yo necesito y no tengo.

Esto no es tan sencillo. Supón que mi pareja se levanta de la mesa después de cenar y se va al living a ver la TV y deja su plato en la mesa. Y yo pienso que es un desconsiderado y que debería haber levantado su plato. Respiro, hago una pausa y me doy cuenta que le he puesto la etiqueta de “desconsiderado”.

¿Qué necesito y no tengo? ¿Colaboración? ¿Igualdad? ¿Respeto?
Es entonces, y solo entonces, que puedo abrir la boca y expresar lo que siento. No desde el enojo sino desde mi necesidad.

¿Tú que piensas? Accederá él a mi pedido. Espero que sí. Porque me tomé mi tiempo para poner la curva en cero.

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